Iba a ser nuestro particular
Viaje a la Alcarria, siendo el objeto de la visita, aprender a mirar y analizar
un paisaje de ensueño, como era el atardecer de los campos de lavanda en los
alrededores de la localidad de Brihuega (Guadalajara).
Y aquí bajamos del autobús, en pleno páramo alcarreño, hace calor, pero tiene las horas contadas porque el anochecer está cerca, sin embargo, una sensación agridulce se produce al pisar tierra, no estamos solos, otros tantos visitantes y sus vehículos ocupan un espacio que interrumpe la visión de la mágica campiña que se extiende ante nosotros.
Hileras de lavanda (espliego) van creciendo -y floreciendo-en largos surcos redondeados que conducen hacia colinas donde alguna aislada encina rompe la monotonía. Hacia allí nos dirigimos, lentamente, respirando hondo casi hasta la embriaguez, la sensación de calma y bienestar llena nuestros sentidos, también el silencio tiene parte de la culpa.
Es difícil escapar a estas emociones, pero hacemos un esfuerzo para atender las certeras explicaciones de nuestra amable, atenta y bien documentada guía, la cual nos lleva por los lugares más relevantes de la campiña. Así vamos durante largo tiempo, pero la puesta de sol está al caer. Durante el camino de vuelta, ya hora crepuscular, sobre el color malva de los campos inciden los anaranjados rayos solares resultando otras tantas visiones que no hay que perderse.
Se acaba el día y los momentos de ensoñación, el autobús nos espera para acarrear a un numeroso grupo de estudiantes mayores que siguen descubriendo mundos cada vez que se presenta la ocasión. Aunque esto no sería posible sin la buena organización de nuestra asociación ALMUCAT y su Vocalía correspondiente (Maribel), y la inestimable orientación y empuje de Pilar Lacasta (profesora de Geografía de la Complutense), y claro está, del buen discurrir de nuestros amigos y amigos, compañeros y familiares que nos han facilitado la puesta en escena de este relato.
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